miércoles, 20 de mayo de 2015

... Bernadette Hortal, directora del Bibliobús El Castellot


Bernadette Hortal
Una de las gracias de trabajar en un bibliobús es la variedad de paisajes que vemos desde la ventana. Los que trabajamos en un bibliobús, al despertar todas las mañanas, nos preguntamos: ¿Qué día es hoy? ¿Dónde me toca ir? Así es como empiezo yo el día, con estas preguntas tan existenciales.

Al llegar al local de Vilafranca del Penedès que compartimos los bibliobuses Montau y El Castellot (el mío), es cuando empieza la jornada laboral, a las 10 de la mañana. Allí coincidimos las cuatro personas que trabajamos en los dos bibliobuses: dos bibliotecarias y dos técnicos auxiliares-conductores.

De las 10 hasta la hora que salimos a prestar servicio -acostrumbra a ser alrededor de las 10:30, dependiendo de lo lejos donde se encuentre el pueblo al que vamos- es el rato que tenemos para preparar el día: mirar la agenda para ver si hay que hacer alguna cosa en especial, recoger las reservas de los usuarios de las paradas del día, mirar el correo electrónico, hacer llamadas por teléfono, buscar documentos para algún pedido que nos hayan hecho…

Los miércoles y los viernes entre las 10 y las 10:30 vienen de una empresa de mensajería a traernos y llevarse los préstamos interbibliotecarios.

Nos toca ir a La Granada que está cerca de Vilafranca, antes de las 11 ya hemos llegado. Josep conecta los cables eléctrico y telefónico. Mientras enciendo los ordenadores y entro los códigos para abrir el programa de gestión bibliotecaria –Millenium-. Entre los dos organizamos el bibliobús por dentro para que todo esté a punto. Encendemos los correos electrónicos, para ver los mensajes nuevos y para estar conectados con Gerència de Biblioteques, con el resto de bibliotecas de la red y con el mundo mundial.

Es difícil resumir una mañana, porque hay que ir intercalando el trabajo interno con la atención a los usuarios. Los trabajos que hago esta mañana son los siguientes:

-          Atender a los usuarios.

-          Leer mi correo electrónico personal y el del bibliobús.

-          Imprimir y llenar el papel de los gastos que hemos hecho para entregar a Gerència junto con los tiquets.

-          Imprimir los listados de los libros que tienen en préstamo todas las clases de la escuela de Torrelles de Foix, para darlos a la maestra que nos los pidió el día anterior, porque ella es la que lleva el control de lo que les queda por devolver.

-          Hacer el retorno de los libros que nos han traído de préstamo interbibliotetacario para ver quien ha reservado cada uno de los documentos, y anotar sus datos.

-          Hacer la reserva de los lotes de libros para los clubes de lectura de Torrelles de Foix, de Olèrdola y de Santa Fe del Penedès. Los responsables de los clubes ya me han hecho llegar la lista de los lotes que han escogido. Sólo me falta anotarlos en la ficha y mandarlos a Paula Rosales, que coordina la gestión de los lotes de Diputación.

-          Hacer el retorno de los libros que nos trae la monitora del comedor escolar, que cada mes viene a coger y dejar libros para que los niños puedan leer después de comer.

Josep por su lado también va haciendo trabajos:

-          Atender a los usuarios.

-          Leer su correo electrónico personal.

-          Ir guardando en las estanterías los documentos que van devolviendo los usuarios.

-          Preparar el lote de documentos nuevos.

-          Mandar un correo electrónico al parque móvil de Diputación pidiendo que nos vengan a hacer una reparaciones pendientes.

A lo largo de la mañana van viniendo los usuarios, que ya son como de la familia, la familia del Castellot:

-          Niños y niñas de la escuela que vienen en el rato del patio con el desayuno en una fiambrera.

-          Mónica, una fiel usuaria, nos reserva la película ET, y se conecta un rato en el ordenador de uso público.

-          Madres y padres.

-          Una usuaria devuelve y escoge películas. Tiene que ir rápido porque tiene fibromialgia y síndrome de sensibilidad química múltiple, por lo que le afecta estar en espacios cerrados.

-          Ana, una madre que viene siempre con sus dos hijos, nos pide que le reservemos unos libros. Le preguntamos a Núria, como fue la comunión de su hija Queralt el fin de semana anterior. Ana le recomienda un DVD a Queralt.

-          Un niño nos pide si tenemos El Quijote. Le buscamos una versión infantil que tengan en Vilafranca en el catálogo, y se lo reservamos para llevárselo la semana siguiente.

-          Un padre coge trípticos informativos mientras su hijo está escogiendo libros.

-          Una niña nos pregunta si tenemos libros de Tea Stilton.

-          Viene Lourdes de Santa Fe -el pueblo de al lado- a devolver dos lotes que les habíamos prestado para el club de lectura que ella coordina junto con Isabel. Les quedan dos libros que aún no les han devuelto.

La mañana ha pasado volando. Recogemos a las 13’30 y volvemos a Vilafranca.

En el local tenemos una sala donde comer. De las 14 a 15 horas comemos -cada uno se trae su comida- y charlamos.

De las 15 hasta la hora de salir volvemos a hacer tareas internas. Salimos hacia el pueblo de la tarde, calculando que la hora de abrir al público son las 16 horas. Nos toca ir a Canyelles.

Hasta las 19 horas estamos en Canyelles, atendiendo usuarios y haciendo trabajo interno variado. También variados son los usuarios que se acercan al bibliobús: niños y niñas, abuelos y abuelas, madres y padres…. Cada uno con sus gustos, sus preferencias, sus aficiones. Y a cada uno de ellos le dedicamos atención, conversación y sonrisas. Las personas vienen al bibliobús a buscar libros, revistas, CDs, DVDs… pero también un rato de compartir. El bibliobús es ante todo un espacio de encuentro.

Recogemos y nos volvemos otra vez a Vilafranca al local de los bibliobuses. Saludamos a los compañeros del Bibliobús Montau. Estamos un rato haciendo algunos trabajos: bajar las reservas del día, subir las del día siguiente, bajar los documentos que hemos seleccionado y localizado para bajar al almacén… y también aprovechamos para charlar con los compañeros del Montau.

Y llegó el momento de irse cada uno a su casa, a reencontrarse con las respectivas familias, a descansar, cenar, reponer energías… y reservar un rato para leer, para luego poder recomendar libros. Los usuarios cuando les recomiendas algún libro, acostumbran a preguntar: “pero ¿tú lo has leído? “

Toda esta explicación ha estado hecha en diferido, no en directo, ya que hubiese sido imposible compaginar la escritura con las variopintas tareas que se realizan en un bibliobús a lo largo de una jornada.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

... con Xevi Cunill, técnico auxiliar-conductor del Bibliobús Tagamanent de Barcelona.

Xevi Cunill
Xevi Cunill
Xevi Cunill se autodefine como "'el veterano Xevi'", un mozuelo espigado, algo valiente y suficientemente respetado conductortecnicoauxiliardebibliotecas" nos ha escrito en forma de cuento su Día entre Bibliobuses, en el Bibliobús Tagamanent, acompañado por la directora del mismo, Assumpta Molist, que sustituye desde no hace mucho a la reciente Premio ACLEBIM, Núria Vilà. 

Con su relato, Xevi Cunill nos ha querido regalar un cuento que ha titulado Bibliobús Tagamanent, los mil y un viajes al Reino de la Cultura: Un cuento muy real, lleno de humor y buena literatura, para ilustrar su quehacer cotidiano, que gana aún más con la especial maquetación en que nos lo presenta por medio de ISSUU.

sábado, 28 de septiembre de 2013

... con Francisco Javier Martín Testillano, conductor de bibliobús de la Comunidad de Madrid


Francisco Javier Martín Testillano
Fco Javier Martín Testillano

Hola, mi nombre es Francisco Javier Martín Testillano. Tengo 51 años y trabajo como conductor en la Sección de Bibliobuses de la Comunidad  de Madrid. A continuación voy a describiros como es un día normal en el Servicio y en  mi vida.
Me levanto temprano, sobre las 6:45  y empiezo a trabajar ya . Preparo los desayunos de mis hijos y sus respectivos bocadillos para el recreo del instituto. A eso de las 7:15 los despierto y desayunamos. Después de asearme  preparo mi mochila para irme a nadar. No hay nada mejor que el deporte para afrontar una jornada de trabajo sedentaria. A las 7:30 me despido de mi hijo mayor, Daniel, es el primero en marcharse. Preparo los tuper con la comida que se calentarán en el micro cuando vuelvan del instituto .
Ya son las 8 y poco, me visto y dejo a mi hijo pequeño, Alberto, en el instituto de camino a  la piscina , nos quedamos hablando un rato en el coche hasta que pasa todo el mogollón de niños. Nos despedimos con un beso y nos deseamos un buen día  mutuamente, son las 8 :25. Me dirijo en  el coche a la piscina, en el trayecto me hago con un periódico de tirada gratuita. A  las 8:45 ya he llegado a la piscina, aparco el coche y charlo con los amigos y amigas de la piscina . Ellos me consideran como a un hijo. Son gente mayor de entre 75 y 85 años muy agradables. A las 9:00 abren las instalaciones aunque nos dejan pasar 5 minutos antes. A las 9 y menos ya estoy en el agua, nado durante media hora. A pesar de haber una gran afluencia de bañistas son muy considerados conmigo y como saben que estoy media hora y me voy al trabajo me dejan una calle para mí. Cuando salgo del agua me despiden con un” ten cuidado hijo”. Me ducho y me visto en un tiempo record y consigo llegar al centro de trabajo poco antes de las 10:00.  Ficho y voy dando los buenos día a los compañeros que me voy encontrando .
Me dirijo hacia el bibliobús y le conecto a la corriente, en ese momento se ilumina interiormente, para que los compañeros bibliotecarios que necesiten buscar algún ejemplar lo tengan más fácil, y de alguna forma también él se despierta. Hago una revisión ocular alrededor del bibliobús, hoy es martes y son los lunes, miércoles y viernes cuando le reviso todos los niveles, y me centro en  los neumáticos y en que no haya ninguna mancha de aceite ni perdidas de refrigerante. Una vez terminada la revisión me subo al bibliobús, compruebo que no se han cambiado mis ajustes personales del asiento y el volante y la visibilidad de los espejos retrovisores. Ha llegado el momento de poner en funcionamiento el vehículo. El motor arranca al primer intento, es el momento de comprobar  que todos los testigos funcionan correctamente y hago funcionar la suspensión del vehículo que tampoco muestra ninguna anomalía .En los escasos tres minutos que el motor está funcionando aprovecho para abrir la hoja de ruta diaria y el disco del tacógrafo, el indicador de aire de los frenos y la suspensión me marca que ya está en condiciones de marcha y después de haber comprobado el buen funcionamiento del aire acondicionado paro el motor .
Me dirijo desde la cabina hacia la zona de biblioteca del bibliobús y compruebo que funcionan todas las luces y que los aparatos de climatización también cumplen su función, reviso que no haya nada suelto en el interior ni ningún libro caído y le doy el visto bueno para empezar el día. Me tomo cinco minutos para echar un vistazo al periódico y mientras tomo un descafeinado y charlo un rato con los compañeros (bibliotecarios y conductores) que como yo se encuentran en la sala de descanso tomándose una infusión o café. Diez minutos antes de la salida desconecto y guardo en una de las bodegas del bibliobús el cable de quince metros que a través del enchufe ha proporcionado la corriente eléctrica al vehículo, cambio de posición el interruptor y queda preparado para suministrarse de forma autónoma la corriente a través del generador que en ese momento pongo en marcha para comprobar su correcto funcionamiento. Una vez comprobado lo desconecto y quito la manguera que mantiene conectado el tubo de escape del bibliobús al extractor de humos de la nave, espero la llegada de mi compañera de trabajo, Isabel ,para iniciar la ruta.
Sube Isabel al bibliobús y después de acomodarse le pregunto si ya nos podemos ir, la recuerdo si se ha abrochado el cinturón y tras encender de nuevo el motor y conectar las luces de cruce nos ponemos en marcha. Hoy tenemos que repostar combustible y salimos un poco antes de lo normal. Anteriormente a la salida ya me he informado del estado de las carreteras, lo complicado suele ser la salida de Madrid . No hay ninguna alteración en el tráfico y efectúo la ruta habitual. Poco antes de tomar el desvío hacia la carretera que nos llevará a nuestra primera parada, me detengo en una gran gasolinera que nos permite ocupar una calle para nuestro bibliobús y así proceder al llenado del depósito de combustible del vehículo situado en el lateral derecho y también del depósito de gasolina del generador, que está situado en el lado opuesto. Una vez terminados los repostajes me dirijo a pagar y al entrar no me puedo resistir al olor de unas napolitanas de chocolate recién hechas, compro dos que tendremos ocasión de degustar cuando lleguemos a la parada antes de la hora de apertura .
Al llegar a Villamanta...
Al llegar a Villamanta y dirigirnos a la parada pasamos por delante de la casa de niños, que están en el patio y al vernos mueven sus brazos al unísono y se les escucha alborotados decir: “viene el bibobús, bibobuuuus” ahí es donde empiezas a sentir lo gratificante de este trabajo. Aparco el bibliobús delante de la antigua estación de tren, en plena cañada real segoviana, creando una zona de seguridad entre ésta y el bibliobús para que los pequeños usuarios que nos van a visitar tengan un fácil acceso y evitar situaciones de peligro. Hemos llegado cinco minutos antes de la apertura y nos da tiempo para, además de saborear las napolitanas, encender el generador, conectar la climatización y poner en su sitio y enchufar el ordenador que ya tiene la bateria por la mitad ya que Isabel se ha pasado todo el trayecto trabajando con él .
Una vez comprobado que todo está en su sitio, hoy no se nos ha cruzado nadie y no se nos ha caído ningún libro, abrimos la puerta y esperamos la llegada de usuarios. Relleno el parte con la hora de llegada y la hora de estacionamiento para las estadísticas y resolución de posibles incidencias. Ya empiezan a llegar los pequeños usuarios. Vienen agarrados a una especie de enorme bufanda y parecen una serpiente multicolor , una vez están todos arriba, discretamente me paso a la zona de biblioteca y cierro las puertas interiores del bibliobús , saliendo de él y permanezco en la puerta para intentar evitar posibilidades de accidentes. Cuando se van permanezco abajo hasta que una vez agrupados y alineados en su bufanda se vuelven felices y alegres de su visita al bibliobús. Me subo a la cabina del bibliobús y dos minutos antes de la finalización de la parada, si queda algún usuario dentro, le advierto que voy a poner el motor en marcha, que no se asuste que todavía no nos vamos.
Llegada la hora y tras comprobar que no queda ningún usuario dentro cierro la puerta , apagamos la climatización de la zona de biblioteca , apagamos el generador y nos vamos a la siguiente parada .Nos ponemos en marcha hacia la siguiente parada y aunque vamos un poco apretados de tiempo sé de antemano que abriremos a la hora prevista , siempre que no haya ninguna incidencia. Cuando llegamos a Sevilla La Nueva lo primero que nos encontramos es un hórreo en la glorieta de entrada. Inmediatamente después de girar a la angosta calle que nos llevará a la parada vemos a Denisa, una infatigable usuaria del bibliobús que está esperando nuestra llegada . Nada más vernos y sin darnos tiempo a que lleguemos nos retira los bolardos para facilitarnos la entrada y una vez los hemos sobrepasado los vuelve a colocar en su sitio. Aparco el bibliobús en una zona delimitada por bolardos tanto por detrás como por delante. Esta delimitación te ofrece una sensación de seguridad para los usuarios respecto al tráfico rodado muy satisfactoria.
Realizamos el mismo protocolo que en la parada anterior (exceptuando la degustación de una napolitana) y abrimos la puerta del bibliobús para comenzar el servicio. Inmediatamente sube Denisa y me apresuro para agradecerla el detalle que ha tenido no sólo ese día, sino todos los días que acudimos a la parada. Veo su mirada limpia y su sonrisa enternecedora. Vuelvo a la cabina del bibliobús para rellenar el parte de llegada y aparcamiento, que gracias a la ayuda de Denisa hace que coincida. En esta parada tengo que bajar la suspensión del vehículo, pues es tan grande la avalancha de usuarios infantiles que recibimos en tan corto espacio de tiempo que si no lo hiciese el bibliobús sería como un barco en la mar .
Cuando llega la hora de marcharnos y el bibliobús queda vacío de usuarios, cierro la puerta y ayudo a Isabel a colocar (que no a ordenar porque el tiempo apremia) los libros. Una vez colocado el bibliobús pongo el motor en marcha y mientras subo la suspensión de nuevo y apago el generador es Isabel la que rápidamente se apresura a bajar para quitarme los bolardos que impiden mi salida. Una vez arriba, toma asiento, se pone el cinturón de seguridad y con el portátil a cuestas continúa con su trabajo .Nos dirigimos a la siguiente parada, Moraleja de Enmedio .
La ruta hacia Moraleja la he modificado, pues dando un pequeño rodeo de apenas unos kilómetros más nos evitamos unas subidas y bajadas muy reviradas. Ganamos apenas unos minutos pero tanto la conducción
En Moraleja de Enmedio
En el camino de la iglesia, Moraleja de Enmedio
como el trabajo con el ordenador en marcha se ha vuelto más seguro y eficiente. Llegamos a Moraleja y a diferencia de las paradas anteriores nos encontramos con problemas de aparcamiento, que soluciono momentáneamente aparcando en una calle con el tráfico restringido a vehículos que no sean municipales o de actos religiosos. Es el camino a la iglesia.
Como tenemos que comer y hacer uso de los aseos, en desplazamientos anteriores ya me he ocupado de encontrar un sitio agradable, limpio y al alcance de nuestros bolsillos. Recibo la llamada de mi hijo Daniel para decirme que la comida hoy había estado muy buena y que están bien en casa. Al término de nuestro descanso, si veo la posibilidad de aparcar en otro sitio vuelvo a valerme de Isabel para que me guarde “el sitio ”y si no hay ninguno , permanecemos donde hemos aparcado para dar servicio, valiéndome de una autorización verbal conseguida mediante llamada telefónica de la persona responsable del servicio de bibliobuses, Sagrario.
Subimos al bibliobús y después de efectuar el mismo protocolo que en las paradas anteriores abrimos las puertas y comenzamos el servicio .En esta parada la mayoría de los usuarios son adultos y veo a Isabel algo más relajada. Llega la hora y nos tenemos que marchar, al ser una parada algo más relajada a Isabel la ha dado tiempo a ordenar un poco el bibliobús. Apagamos la climatización y el generador y nos ponemos rumbo al centro de trabajo. Llegamos a la nave y después de aparcar el bibliobús, conecto la manguera extractora al escape del bibliobús , extraigo de la bodega el cable de quince metros y lo dejo junto al enchufe, cambio la posición del interruptor y ya está preparado para el uso dentro de la nave, y para que el servicio de limpieza haga uso de la iluminación para una mejor prestación de servicios. Doy una vuelta alrededor del bibliobús para asegurarme que lo dejo en las mismas condiciones que estaba cuando lo inspeccioné por la mañana.
Subo al bibliobús para cerrar el disco del tacógrafo y cerrar también la hoja de ruta, apuntando los kilómetros y horas hechos así como los consumos de combustible. Hoy no ha habido ninguna incidencia y nuestro encargado ,Juan ,no tendrá que ocuparse del vehículo y en el caso de que hubiera habido alguna sabría solucionarlo de la manera más eficiente posible.
Son las 18:15 y va siendo hora de fichar e irme a casa. Llego a casa sobre las 18:40 y como es martes el día elegido para irme con Daniel y Alberto a cenar fuera de casa, me doy una ducha y nos vamos a algún centro comercial. Siempre cae algo de ropa y después en la cena y sin los agobios de cualquier otro día, ni de ninguna televisión u ordenador cerca , charlamos relajadamente mientras cenamos. Sobre las 22.30 volvemos  a casa y mientras ellos preparan sus mochilas yo me encargo de prepararles la comida del día siguiente. Al terminar me voy a la cama, abro el portátil para echar un vistazo al correo y cierro prácticamente el portátil y los ojos al mismo tiempo.

domingo, 26 de mayo de 2013

... con Rodrigo Araya Elorza, bibliotecario en el Dibamóvil de Coquimbo (Chile)


Rodrigo Araya, en primer término, y su compañero José Antonio.
Rodrigo y José Antonio
Mi nombre es Rodrigo Araya Elorza, soy periodista de profesión y llevo más de 10 años a cargo del bibliomóvil “Dibamóvil” en la Región de Coquimbo, Chile. Cada vez que cuento que tengo casi una década bibliobuseando me impresiono a mí mismo y al mismo tiempo, me lleva inevitablemente a recordar aquel primer día en que mi compañero y conductor del móvil José Juliá, me consultó por cuánto tiempo pensaba mantenerme en ese trabajo. Y yo (aún con la nostalgia del trabajo periodístico) contesté que quizás 2 o 3 años. Pues ha resultado todo lo contrario, porque la experiencia de 3 años terminó siendo mi ejercicio periodístico formal y el resto de dedicación y esfuerzo al bibliomóvil.
 Debo reconocer que mi corazón de trabajador está dividido entre el bibliobús y el periodismo y así ambas profesiones, me han transformado en una especie de confesor de los problemas y alegrías de mis usuarios. Muchos de ellos, más que usuarios amigos de la magia del bibliobús y que ahora en esta breve bitácora me permitirá mágicamente compartir con ustedes un día de mi rutina.
Rodrigo Araya redireccionando la parabólica.
Direccionando la parabólica
Mi día arranca a las 07:15 de la mañana cuando el televisor se enciende con un chirrido (puesto que no he logrado programar la función de despertador para que coincida con la televisión satelital). Una vez despertado con este sonido desagradable. Ya escucho algo agradable que es la voz de Telma mi pareja, que me dice buenos días y me recuerda que bajará al segundo piso de la casa para encender el calefón, para una ducha caliente. Apenas Telma baja las escaleras aparece Sebastián mi hijo de 7 años que se mete a la cama mientras me levanto para ir a la ducha. Pasados unos minutos del ritual de ducha y vestirse, Sebastián ya está listo con su ropa de colegio gracias a la dedicación y amor de Telma. Ambos, Sebastián y yo partimos caminando hacia el colegio. Minutos que disfruto mucho y que la gran parte del tiempo se caracteriza por sus preguntas curiosas sobre el funcionamiento de distintas cosas y en otras ocasiones, para repasar alguna materia que será sometida a prueba en su colegio. Lo dejo antes de las 8 AM y regreso a casa para tomar desayuno junto a Telma y compartir mientras vemos el matinal en la televisión.
Ya son las 8:45 y enciendo el automóvil para llegar antes de las 9  al Museo del Limarí en la ciudad de Ovalle, que es la sede coordinadora de nuestro bibliomóvil. Firmo la entrada a trabajar y saludo a mis demás compañeros de trabajo del Museo. En eso llega José Antonio mi compañero que enciende el motor de nuestro bibliomóvil para ir al punto de atención de turno. Mientras se calienta el motor,  yo aprovecho de anunciar en las cuentas de Facebook y Twitter del bibliobús la atención del día.
Dentro de los 17 puntos de atención que debemos hacer en el mes, hay algunos que  llegar a ellos nos toma pocos minutos, porque son dentro de la ciudad y otros nos demoran horas, puesto que son en otras comunas, principalmente en pueblos rurales.
El Dibamóivl ya montado.
El Dibamóvil ya montado (mesas, exposición...)
Una vez que llegamos con el bibliobús inmediatamente abro la puerta de acceso al bibliomóvil y José Antonio toma los cables que nos conectan a la energía eléctrica que hace funcionar la amplificación, televisores, computador y aire acondicionado del vehículo. Ya ejecutada aquella tarea,  comienzo a bajar los parlantes que transmitirán el sonido del bibliomóvil y que sirve para comunicar nuestra llegada al pueblo, con los programas educativos que transmitimos en los monitores externo e interno. Colocamos las sillas afuera del vehículo y que permitirán sentarse a quien desee ver el programa exhibido. Hecho eso, me subo al techo del camión para bajar los perfiles metálicos que soportarán el toldo de 36 metros cuadrados y que protegerá del sol a nuestros lectores. Finalizada esa tarea, comenzamos mi compañero y yo a colocar en las bases del toldo la exposición con contenidos educativos (que yo mismo he desarrollado en meses anteriores en su guión y dirección artística) que verán quienes pasen cerca de nuestra instalación.
Y ya son las 10 am aproximadamente y tenemos el computador encendido y todo en orden para atender a los lectores que nos visitarán. Desde ese momento, y hasta las 13 horas atendemos y oímos a los usuarios mientras consultan los libros que se llevarán a casa hasta nuestro retorno al mismo punto de atención en un mes más.
Ya han pasado 3 horas de atención y el reloj marca las 13 horas. Hora del almuerzo y con mi compañero nos turnamos para almorzar. Así el bibliomóvil nunca está cerrado. En ocasiones cuando estamos lejos de casa. Me acomodo en la cabina del móvil con mi almuerzo llevado de casa o sencillamente voy a comer a algún lugar donde me vendan algo,  si es que el pueblo lo tiene.
Rodrigo Araya atendiendo a sus lectores.
Rodrigo atendiendo a sus usuarios
Ya son más o menos las 15 horas y siguen entrando y saliendo distintas personas algunos son usuarios inscritos en el bibliomóvil por años, con los que converso mientras eligen el libro o son usuarios nuevos, que comenzamos a tratar de encantar con la lectura. Algunos vienen a preguntar por un libro que tiene que leer su hijo en el colegio. Ahí es cuando entramos en acción (con nuestra mejor actitud de convencimiento) con mi compañero y les decimos que se inscriban y que es gratis y que también pueden leer ellos. Muchas veces, la excusa para no leer es: “Es que no tengo tiempo”. Le explicamos que si ella -muchas veces los usuarios son mujeres dueña de casa- no se da el tiempo, no será un ejemplo para incentivar a su hijo a leer. Ahí los vamos convenciendo, a veces con mucho éxito y en otras no.
Otros usuarios llegan y nos preguntan por un libro en especial. Recuerdo, que en una población en riesgo social en la ciudad de Ovalle. Apareció una señora de edad. Me dijo que quería leer el libro “Un hijo no puede morir” de la autora chilena, Susana Roccatagliata. Que reúne experiencias de madres que han visto morir a sus hijos. Me comentó que había perdido a su hijo de sólo 25 años. Y que en esos días, se cumplían 3 años de su fallecimiento y que por eso quería volver a leerlo, pues aquellas experiencias le daban fuerzas para continuar con su vida y su duelo. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y la escuché atentamente al tiempo en que le daba palabras de aliento, explicándole que su hijo no estaría feliz de verla tan triste y que debe intentar reponerse. Me comenta que los psicólogos le han recomendado lo mismo, pero que la lectura de esas experiencias reunidas en el libro, siempre le dan fuerzas para superar aquella fecha tan triste. Así pasaron varios minutos de conversación mientras registraba el préstamo del libro. Recuerdo que se fue abrazando el libro y feliz.
Y así pasan las horas, no faltan los borrachitos, ancianos distraídos buscando una clínica móvil para vacunarse contra la influenza, los enfermos mentales que consultan por cosas insólitas, o aquellos que creen que vendemos libros y también están los lectores cariñosos que nos llevan frutas de regalo, sobretodo en zonas rurales.  Es más o menos la rutina en casi todos los puntos de préstamo que tenemos.
Niños en el Dibamóvil de Coquimbo (Chile)
Los niños en el Dibamóvil de Coquimbo
Llegan las 17 horas y comenzamos a guardar todo para el viaje. No faltan los usuarios que aparecen a última hora y les prestamos un libro mientras desarmamos la exposición e instalación externa. Nos despedimos y retomamos la ruta de regreso a nuestras casas cuando faltan minutos para las 18 horas. En ocasiones llegamos a la hora de salida exacta, en otras nos pasamos de tiempo.
Cuando todo resulta bien, llego a casa a eso de las 18:30 y recibo el saludo de mi pequeño y de Telma que me consulta cómo estuvo el día. Tomamos el té y comienzo a preguntar a Sebastián cómo le fue en su jornada escolar. Siempre me cuenta de sus juegos o de las travesuras de sus compañeros más inquietos. A eso de las 19:30 horas, luego de un respiro, inicio mi rutina de ejercicios por una hora. Al mismo tiempo en que escucho música. Minutos que reservo sólo para mi y que me relajan y me llenan de energía para terminar el día. Luego veo algo de las noticias en la televisión y después veo una película y me duermo inevitablemente a eso de las 23:30 horas. Y hasta mañana para retomar el camino.

lunes, 20 de mayo de 2013

... con Marcos Reina Segovia, Bibliotecario en el Bibliobús Municipal de Málaga.

Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Marcos Reina Segovia
Mi nombre es Marcos Reina Segovia, tengo 40 años y soy el bibliotecario encargado del Bibliobús Municipal de la ciudad de Málaga desde hace ya casi diez años, con algunas interrupciones que me sirvieron para aprobar las oposiciones y además ejercer una grata labor docente como formador de auxiliares de biblioteca en nuestra provincia. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Málaga, nunca he realizado las labores a las que me habilitaba esa titulación. Entusiasmado con mi tarea “bibliobusera”, soy miembro de ACLEBIM, asociación donde he encontrado la horma de mi zapato: la pasión por nuestro trabajo y la imaginación a raudales que necesitamos para seguir siendo los bibliotecarios más brillantes y divertidos del gremio, en mi modesta y a todas luces parcial opinión.
En un plano más personal me gustaría decir que, a pesar de tener una formación artística autodidacta, dedico mi tiempo libre (que es escaso, por otra parte) a dibujar, escribir, enseñar e investigar sobre tebeos, ilustración y narrativa gráfica. Estoy casado con Cristina, una chica estupenda y tengo un crío, Jorge, de un año y un mes igual de estupendo que su madre. Para acabar las presentaciones solo añadir que vivo, disfruto y sufro una ciudad antaño conocida como “Málaga, ciudad bravía, la de las mil tabernas y una sola librería”. La frase, literal entonces y metafórica en la actualidad, describe lo duro y apasionante que puede llegar a ser realizar nuestro trabajo por estos lares, al sur del sur.
El motivo de tanta presentación formal es poner sobre aviso al posible lector, ya que he sido invitado a contar cómo son mis 24 horas como bibliotecario móvil, así que sin más dilación: vamos a ello.
Un día de Benjamin FranklinLa imagen de la izquierda se muestra una jornada ordinaria en la vida de Benjamin Franklin. Como puede observarse, la rutina diaria del gran científico, inventor y político americano muestra a las claras como se las gastaban esos próceres de la Humanidad en el siglo XVIII, que lo mismo eran capaces de imaginar las gafas bifocales que redactar la declaración de Independencia de su país. Algo tendría que ver esta agenda para que el bueno de Ben acabara con su cara estampada en los billetes de 100 dolares.
No es mi objetivo acabar entregando mi retrato a la Real Fábrica de Moneda y Timbre, ni mucho menos inventar el pararrayos, pero si que me gustaría ser capaz de relatar mi jornada de una forma tan práctica, simple y provechosa como él. En ello estamos, si son ustedes, lectores, tan amables de seguir leyendo estas líneas. Y sin más dilación...
6:30 h.: El radio-despertador trina las señales horarias y el locutor me despierta contándome lo mal que está mi prima.
6:31 h.: Ya con los dos ojos abiertos y en plena oscuridad descubro que la prima en cuestión no es otra que la prima de riesgo, y en realidad se están glosando los últimos, catastróficos e interesados vaticinios de Goldman Sachs Group. Cierro de nuevo los ojos, respiro hondo y pienso:
“...¿sería posible tener dentro del bibliobús una estantería dedicada a un escritor o artista cada mes y que en ella pudiera incluir las lecturas, músicas e imágenes que quisiera, y que con toda libertad pudiese decorarla o expresarse a través de ella?. Sería como una pequeña exposición itinerante...bla,bla,bla...”
6:35 h.: intento no pensar en el bibliobús tan temprano. Miro a mi derecha y encuentro a Jorge y a Cristina roncando como lirones y con cierta sonrisa en sus caras. Ahora sí que estoy preparado para levantarme.
7:40 h.-11:00 h: Obviando detalles escasamente relevantes, trasladamos este relato directamente al portal de casa. Atrás quedan cuatro pisos sin ascensor, mi taller de dibujo, mis dos compañeros de cama preferidos, mi café con leche y mi pan con aceite. Y delante, ¿qué tengo por delante? la calle solitaria, un paseo agradable hasta la mesa del Bibliobús, en el Archivo Municipal (el vehículo está en la cochera pero tenemos sede fija en la Unidad Central de Bibliotecas, donde también se encuentra el depósito), y tres horas de trabajo administrativo que evito relatar aquí para dejar espacio a otras cuestiones mucho más interesantes. Como por ejemplo, otro pensamiento que me viene a la cabeza, ya enfrascado frente a la pantalla del ordenador:
“...Tengo que intentar hablar con la gente del Málaga Club de Fútbol. Seguro que al jeque que lo preside le entusiasma la idea de meter un bibliobús en el estadio antes del Málaga-Barça. También tengo que dejar de tener ideas locas y centrarme en la selección documental para el año que viene. Si no, seleccionarán por mí y por los usuarios y eso no es buena cosa...”
11:00 h.- 15:00 h.: Tras hacer tarjetas de usuario, contestar mails, mover cajas del depósito y demás tareas del mismo calado, acabo con la primera parte de mi jornada laboral y dan comienzo las horas en las que ejerzo de padre y amo de casa desde hace unos meses aunque uno lo sea ya full-time y para toda la vida. Cristina y yo nos turnamos haciendo equilibrismos sobre nuestros horarios y su jornada reducida. Tampoco voy a entrar en muchos detalles sobre estas horas. Solo decir que me carcajeo cuando pronuncio las palabras “conciliación familiar en España” y cuando oigo frases como: “Que bueno no trabajar y estar en casa, con lo fácil que es y lo agradecido”. Pienso en mi madre y en sus siete vástagos, vuelvo a respirar hondo y “a por ello”
Entre pucheros y papillas, pañales, algún que otro cómic, los dos móviles (uno personal y otro del bibliobús), abuelas que visitan al nieto, el cochecito, los cuatro pisos sin ascensor ya antes mencionados y un viaje en ciclomotor hasta la cochera del bibliobús termino mi mañana literalmente desfondado y pienso:
“...Madre mía, aún no he escrito el texto sobre mis 24 horas como bibliobusero. Soy un mal queda, como dicen ahora, y además no tengo excusa. Si me he tirado la mañana pensando en tonterías...”
15:00 h.- 20:30 h.: Este sería el nudo de la jornada. Donde se cuece lo importante de mi trabajo. El momento en el que aparece Miguel en este cuento. Él es el conductor, mi compañero, mi amigo y un gran pedazo del alma de nuestro bibliobús (el resto de dicha ánima lo proporciona la colección y falta el trocito que debía poner yo, pero me encargué de vendérselo al diablo para conseguir que nos dieran conexión a Internet en el vehículo. Funcionó, así que bien vendido está).
Hoy toca subir a Olías. Se trata de un barrio de montaña, así como suena. Tomamos una carretera hacia el monte, subimos unos 12 km., dejamos el mar azul a nuestra espalda y aparcamos en lo que parece un pueblecito serrano aunque en realidad consta como barrio y pertenece al término municipal. Así que en esta barriada disfrazada pasamos nuestra primera hora prestando libros y pelis a un puñado de chavales que nos visitan en algunos casos desde hace diez años.
Los que trabajamos en estos servicios sabemos de buena tinta que estos lugares semi-rurales son los más apropiados para crear lazos con los usuarios. Se trata de un número más o menos manejable, la lejanía de la urbe hace que el trato y las costumbres sean diferentes, relajadas. A veces me creo que soy Nuno Marçal y siento como él, que nos fundimos con nuestros visitantes, que lo mejor de este trabajo es poder conocer a personas tan simples como maravillosas, que ellos, los usuarios son el aliciente para que andemos rodando por el mundo cargados de libros. Aún da tiempo para tomar un café y charlar con los parroquianos que miran a Juan y Medio en la tele y se ríen con sorna cuando les ofrezco cambiar la televisión por una estantería llena de libros. Y en eso se va la hora mientras pienso:
“...pues con la audiencia tan brutal que tiene Juan y Medio en Andalucía, tengo que ponerme en contacto con alguien de Canal Sur y colarme en su programa para el aniversario del Bibliobús del año que viene. Que diez años no se cumplen todos los días, y este señor gusta por igual a pequeños y mayores, como el Bibliobús...”
Los trayectos entre paradas son los que dedicamos Miguel y yo a ponernos al día sobre cualquier cosa. Y como nos ponemos al día todos los días, pues de vez en cuando me deja dormitar como un becerro y no hacerle ni caso, en otras ocasiones ponemos música y comemos castañas. En algunas otras, las menos, discutimos sobre meteorología, y las más de la veces, miramos el horizonte en absoluto silencio, y pensamos cada uno en nuestras cosas, como por ejemplo:
“...que voy a hacer yo el día que se jubile Miguel, si hasta muchos críos piensan que somos padre e hijo. Es más, si hasta nos comportamos como padre e hijo...”
La siguiente parada es en Guadalmar. Se trata de una barriada junto al mar, cerca de Torremolinos, llena de maravillosas casitas y chalets, algún que otro edificio, muchas parejas jóvenes con niños y algunos jubilados. El estacionamiento es junto al cole de la zona y llegamos justo a la salida de las actividades extraescolares. Eso indica tres cosas: la primera, todos los papis y las mamis tienen prisa por irse a casa. La segunda, ningún niño tiene prisa alguna por irse del bibliobús, que suele venir cargado de música, marcapáginas, libros desplegables, caramelos, bromas y hasta un balón para jugar fuera. Y tercera, vamos a prestar más de 150 libros en una hora, se va a formar una cola tan larga como la del marsupilami y seguro que acabo con la cabeza loca de tantas fichas azules y amarillas que van a pasar por mis manos, ya que el préstamo on-line aún no está del todo implantado en algunas paradas.
No es mal panorama. Entre bromas y sonrisas, Lina recoge sus novelas (unas 10 al mes) y me enseña las últimas labores primorosas que ha hecho para sus nietos. Ale me obliga a poner un cd de un rapero de nombre indescifrable que dice que es tan grande como Freddie Mercury (los compara con toda la tranquilidad del mundo aunque no tengan nada que ver, ya que a él le gustan los dos) y vuelve a llevarse prestado “Los juegos del hambre” porque dice que no le cansa leerlo aunque sea por sexta vez. Laura y Alexandra llegan a última hora vestidas de futbolistas (bueno, de medio centro polivalente y delantera cazagoles según ellas) y traen una bolsa llena de libros que debe volver llena de otros libros por orden directa de su padre, que desde su coche nos saluda con guasa.
Y va cayendo el sol, y sigue el calorcito, y el bibliobús marcha como por rieles. Entre varios críos de 6 ó 7 años, tan voluntariosos como despiertos, una somera explicación de la CDU y mucho interés por ayudar, hemos colocado todos los libros en sus estanterías y hemos chocado las palmas con el ímpetu de jugadores de la NBA. Y me siento bien, más desfondado aún si cabe, pero bien.
La última de las zonas es Cortijo de Mazas. Esta cerca de la anterior y suele traernos a muchos usuarios mayores. Me gusta que sea así en la última de las paradas diarias. Tengo más tiempo para charlar con ellos. A veces noto la falta de conversación en el ánimo de algunos. Siento que el bibliobús les sirve para más de lo que me sirve a mí, y pienso:
“Cuando tengamos nuestro blog, les voy a pedir que escriban entradas contando todo lo que me cuentan a mí: La anecdota en la mili, como lo pasó de mal cuando se fue a trabajar a Suiza, lo que le gustaba leer a Zane Grey en sus turnos de noche, la solución final para el desempleo jamás imaginada pero que ella tiene en mente desde que era pequeña...Mil historias, mil formas de contarlas y sólo nosotros, un simple bibliobús y dos personas como palimpsesto de todo ello. No se deben perder esas historias, no se deben perder, no se deben perder...
20:30 h.:[transcripción literal de una conversación entre bibliobuseros]: ¡Migueeeeeel, apaga, que ya es horaaaa!. ¿Mañana que? Cortijo Alto, Colmenarejo, Castañetas, buen día, sí señor. Hoy nos hemos hinchado a prestar. Tira, tira, que pillamos caravana. ¿Cómo?, sí, ahí te he dejado la novela que me pidió tu hijo. ¿no tienes hambre? Yo no puedo más, me voy ha hincar el gazpachuelo que ha sobrao del mediodía. Pues claro que lo o cocino como me dijiste, si no de qué. Oye, has visto como hay mucho menos tráfico, se nota que es fin de mes. A propósito, ¿hemos cobrao?. Ay, qué bien, ya llegamos, deja, deja, ya terminamos de recoger mañana... Si total... Hasta luego. Coño, el casco, que me lo he dejado dentro, ooootra vez p'arriba. Y p'abajo. Y cuidao con la motito que Jorge me espera en casa con su sonrisa de bizcocho y sus manitas rechonchas. Y Cris, ay, mi Cris. Mis cuatro pisos sin ascensor y mi Cris.
21:00 h.- 23:00 h.: El día aún no ha terminado para un bibliobusero como yo. Aún queda un biberón, una buena charla con gazpachuelo de por medio, quince minutos de película que comenzamos a ver hace cuatro noches, tres llamadas telefónicas, una nana, una ducha, cincuenta besos, el portátil abierto sobre la mesa y diciéndome: no me olvides, tienes que escribir, tienes que escribir. Un bloc y un lápiz y una caricatura de Paul Auster, un tutorial sobre anatomía artística o como dibujar a Batman sin que parezca un tirillas. Y un pensamiento:
“Y si tunearamos el bibliobús en ese programa tan chulo de la MTV que convierte coches destartalados en estupendos y fardones bólidos. Si nos presentamos seguro que nos eligen, y lo pintarían de rojo metalizado, e instalarían unas estanterías aerodinámicas, y por supuesto sería un bibliobús inteligente con todo tipo de gadgets y … y...
Si han llegado hasta aquí, habrán comprobado que un día en mi vida no se parece en nada a la jornada cartesiana del Sr. Franklin. Es más, yo diría que parezco interesado en que no se asemeje ni por asomo a la misma. Pero, pensando un poco más, me gustaría que llegaran a la misma conclusión que yo. Me explico. Este buen hombre se planteaba qué iba a hacer de bueno al comienzo de la mañana y reflexionaba si lo había hecho al final del día. Yo no encuentro ocasión para hacer según que reflexiones pero cuando termina la jornada, cierro los ojos, beso a mis acompañantes de cama (sí, yo tampoco sé para que compramos la cuna) y me da por pensar, me doy cuenta de que he hecho bastantes cosas buenas, y sobre todo, que las he hecho casi sin darme cuenta, sin obligación, por inercia. Gracias al trabajo bibliotecario, gracias a los libros, a las carreteras y a la sonrisa de la gente.
EPÍLOGO (en sueños)
...
El locutor sigue hablando de mi prima, de pronto aparece ante mí un billete de 5 euros con la jeta de Miguel y mía impresas, como aquel billete de nosecuantas pesetas, los 122 escalones de la escalera de mi casa se convierten en un tobogán, el bibliobús pone el cerrojazo en una portería de fútbol vacunándola contra goles y crisis económicas y todo se disuelve en un profundo sueño lleno de libros, sonrisas y asfalto.
Hasta mañana

... con Valentín Salvador Calvo, Bibliotecario en el Bibliobús de Castellón.

 Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Valentín Salvador Calvo
No tengo claro si es una suerte o no el decir que en mi trabajo no hay dos días iguales, a pesar de que las rutinas y las buenas costumbres son lo que nos aconsejan los médicos. Esa es la situación a la que te lleva tener un puesto de trabajo en continuo movimiento.
Pero vayamos al grano y relatemos un día cualquiera… por ejemplo, el marcado con la letra F en nuestro calendario de rutas:

07:00 horas
. Suena el despertador en la pequeña habitación del hostal Aguilar en Forcall, Castellón, lejos de la tópica “Plana” en la que todos piensan cuando se menta el apellido de nuestra provincia, nada que ver. Con ese sonido tengo el vicio de volver del lejano mundo de los sueños al mundo real cuatro veces al mes, en ese mismo lugar desde septiembre de 1987, el resto de las mañanas del mes tengo otras costumbres. Por suerte la claustrofobia no está entre mis dolencias habituales, para eso tengo otras, el caso es que bien podría aquejarme también puesto que llevo metido entre estas cuatro paredes desde las siete de la tarde pasadas. No es que la habitación no sea cómoda, porque tener, realmente tiene de todo: televisor, calefacción, un aseo con ducha y hasta una mesita donde colocar mi ordenador y conectarme al mundo vía wifi gratuita. En ese aspecto no tengo ninguna queja, porque después de tantos años ya casi me considero parte de la familia de Manuel y Rosita, que son los propietarios del hostal. Personas muy amables y atentas que hacen más llevadera mi estancia es su establecimiento. Es más, cuando hay algún acontecimiento en la casa siempre se acuerdan de mí.

07:10 horas (martes)
. Decido poner los pies en el suelo y ser consciente de que estoy en el mundo de la gente que, por suerte, trabaja. En otro tiempo no hubiera necesitado el despertador, puesto que el jaleo organizado en los pasillos del hostal cada mañana por las brigadas de trabajadores ya me hubieran advertido de la hora. Por desgracia eso no ocurre desde hace un par de años y el silencio es casi absoluto.

07:30 horas
. Como este año el verano se alarga más de la cuenta, el calorcito de la mañana invita a una ducha refrescante, hay tiempo para ello y también para vestirme tranquilamente mientras escucho las noticias en la televisión de la habitación. Durante ese tiempo oigo cómo Rosita abre y cierra la puerta de alguna de las habitaciones contiguas a la mía, y como en el piso de arriba, que es donde se encuentra la vivienda de los dueños, también han comenzado con sus tareas diarias, el movimiento de muebles les delata. Y eso que entre mis males existe una acusada sordera que, según mi otorrinolaringólogo, se encuentra en el umbral de lo socialmente aceptable, aunque he de decir que en los coloquios de los congresos me pierdo algunas cosas. Eso es lo malo, lo de los coloquios, pero por suerte las ventajas son muchas y entre ellas está la de no despertarme durante las noches por ruiditos que a otros exasperan.

08:15 horas
. Me decido a salir de la habitación e ir al comedor a tomar el desayuno. En el pasillo me encuentro con Rosita que asoma desde alguna habitación a la que ya ha quitado las sábanas de la cama y las toallas del aseo para llevárselas a lavar. Aquel es un lugar modesto, sin duda, pero apuesto lo que sea, incluso una paella si el nivel de reto lo requiere, a que no hay un lugar tan limpio como éste en todo el país. Pues bien, al encontrarme con Rosita intercambiamos algunas frases de cortesía, como siempre. Aquella mañana me comenta que ha habido un par de viajantes que llegaron a última hora de la tarde y ya se han marchado. También me dice que la temperatura hoy es bastante baja, pero como está totalmente despejado, seguro que a mediodía pasaré calor en el bibliobús, sin embargo, en Castellón dicen que ya hace calor a esas horas.

08:17 horas
. Manuel me da los buenos días desde el interior de la barra del bar. En la parte externa, sentados en las banquetas de madera están “el terrible” y “el rubio” extendiendo sus manos para saludarme. El primero de ellos es un hombre menudo que en su vida laboral trabajó en diversos menesteres, incluso fue pastor de ovejas que, a decir de otras personas, era una función que desempeñaba con notable maestría y responsabilidad, cosas ambas importantes que le honran, por supuesto. Lleva una gorra calada hasta las cejas que le confiere un aspecto algo huraño que desaparece al pronunciar sus primeras palabras. En la mano sostiene un vaso alargado cuyo contenido no es lo más recomendable para agarrar minutos después un volante, sin embargo, la tradición en aquellos lugares y prácticamente en toda la Comunidad Valenciana, ha permitido que esa “barretxa”, “calmante”, “desengrasante”, “sol y sombra”, “petardo”, “cola-cao” o como quiera que se le llame en cada lugar, haya servido de arranque a los trabajadores matutinos desde tiempo inmemorial y, claro, cuando lo has hecho durante tantos años ¿por qué vas a dejar de hacerlo? “El rubio” estaba en la misma postura, pero a diferencia de su compañero de desayuno, éste, el rubio, es un hombre recio, fuerte, de voz potente y mandíbulas apretadas que cuando te habla con su mirada fija y su sonrisa afable te transmite de inmediato la confianza que recelas del otro en la primera sensación. El rubio toma leche con cola-cao, como yo haré un momento después de asentir a la pregunta cotidiana de Manuel: ¿un cola-cao, Valentín?

08:45 horas
. Termino la charla con mis compañeros de desayuno y con Manuel, incluso con algún cliente conocido que también es habitual que a esas horas se pase por el hostal a tomar la barretxa o un cafecito caliente y al mismo tiempo poner una puesta en común de las novedades del día, tanto nacionales, autonómicas como locales, además de algún chisme que alimente la imaginación llegado el caso.

09:00 horas
. Me reúno con mi compañero en el bibliobús, que normalmente duerme, el bibliobús, en la puerta del hostal. Tenemos tiempo suficiente porque los niños no comienzan las clases hasta media hora después. En ese momento compruebo que la temperatura es de 6º dentro del bibliobús, cosa que contrasta con los cerca de 30 que tendremos horas después, así que ahora toca abrigarse.

09:05 horas
. El motor del bibliobús cobra vida sin titubear, como siempre, y poco después nos ponemos en movimiento hacia Olocau del Rey, pisando durante un pequeño tramo la provincia de Teruel.

09:35 horas
. Mi compañero aparca el bibliobús frente al colegio, pongo pie en tierra y entro en el edificio, saludo al maestro, abro la ventana por la que mi compañero desde el exterior me pasa el cable eléctrico para conectarnos a la red y coloco la clavija en su lugar. Por el camino de regreso al bibliobús me encuentro con algunas madres que han acompañado a sus hijos hasta el aula. Son pocas, porque sólo acompañan sus mamás a los más pequeños. En cualquier caso, aunque a los más mayores también les hubieran acompañado sus mamás tampoco hubiera sido grave, ningún colapso en la puerta porque los cinco alumnos del colegio no dan para tanto.

10:00 horas
. Vienen el maestro y sus cinco pupilos a cambiar el material que se llevaron quince días antes, en la anterior visita. Mientras los niños buscan en los cajones y las estanterías de infantiles algo que les interese, mi compañero y yo conversamos con el maestro. Como hace poco que comenzaron las clases todavía no hemos tenido tiempo de intimar demasiado con él, ya que a los maestros que se tienen que conformar con las plazas del interior se les suele cambiar cada año para que no les siente mal la tranquila vida en la montaña, aunque siempre hay masoquillas que repiten, de manera que aprovechamos el tiempo escuchando las explicaciones que en tantas ocasiones hemos oído de labios de sus antecesores, pero que siempre introducen alguna novedad que despierta nuestro interés. En este caso se trata de un chico de Carlet, una ciudad a unos 35 kilómetros al sur de Valencia, es decir, a unos 240 de aquí y tres horas con infinidad de curvas, un puerto de 1.200 metros hasta los 1.000 de Olocau. En esta ocasión nos tranquiliza saber que no es un “maestrillo” recién salido del horno, éste ya calza espolones de experiencia con algunos años de ejercicio en zonas próximas, de las vecinas comarcas de Teruel. 
Mientras charlamos, sin perder de vista a los niños y niñas, nos visita una de las madres, Alicia, que por cierto, en su día fue lectora mía del bibliobús cuando todavía iba a la escuela y, mira por donde, ahora casada en el pueblo vecino al suyo nos sigue siendo fiel.

11:00 horas
. Ya es momento de recoger el cable y los trastos para la siguiente visita. Nos bajamos a La Mata “de Morella”. Lo pongo entre comillas porque a ellos, a la gente de La Mata, no les gusta ese apellido porque, entre otras cosas, supone aceptar la soberanía de la capital de comarca y les resta autonomía. Sin duda es gente orgullosa que en su día ostentó el título de renta per cápita más alta de España, o algo así, de modo que “nobleza obliga”. Además, en España tenemos quince poblaciones cuyo nombre de pila es La Mata, y de ellas siete sin apellidos… ¡¡vamos, al lío…!!

11:15 horas
. Mi compañero estaciona el bibliobús en la rampa que existe junto al patio del colegio de La Mata. Mientras él conecta el cable eléctrico, yo abro los cajones inferiores de los libros infantiles, que tienen ruedas, y que si no le coloco una silla que tenemos puede rodar hasta golpear en la parte delantera del habitáculo, como ya ha ocurrido en alguna ocasión. Incluso una vez lo hizo en marcha y nos produjo una destroza.
Como es la hora del patio, los niños y las niñas no vienen a cambiar sus libros hasta que no terminan el bocata y, sobre todo, el disputado partido de la jornada. En este pueblo tenemos algunos lectores mayores que no son asiduos, que sólo vienen de vez en cuando. Encarna la farmacéutica suele venir en cada visita.

12:30 horas
. Recogemos nuevamente los trastos y nos dirigimos a Portell de Morella. Éstos, los de Portell, no tienen inconvenientes con su apellido, al menos nunca he oído nada al respecto. Este pueblo dista veintisiete kilómetros de La Mata, pero nos cuesta llegar unos treinta y cinco minutos por una carretera preciosa y serpenteante que nos eleva nuevamente hasta los cerca de 1.200 metros de altitud.

13:05 horas
. Los niños están saliendo del colegio, las mamás de la fábrica textil y todo el mundo pasea las calles por algún motivo. En la parada del bibliobús, no porque esté señalizada ni nada de eso, simplemente por tradición, nos espera otra Alicia, ésta es la esposa de nuestro amigo el farmacéutico, “el gran oso pardo” como yo le llamo, gran micólogo y aficionado a la fotografía y al buen yantar. Alicia comparte esas aficiones y, además, es una gran lectora. Si por casualidad nos adelantamos un poco al horario y conseguimos llegar antes de que lo hagan los niños, solemos mantener entretenidas conversaciones sobre agricultura y, cómo no, también intentamos arreglar un poco el país. Al menos en política local, puesto que ella es concejala del ayuntamiento de Portell.
Llegan los niños y entran, para variar, como elefantes en cacharrería. Como es hora de comer y las madres les arengan desde el exterior del bibliobús, aquellos minutos resultan algo caóticos, pero ya estamos acostumbrados. Luego, claro, llega la calma y retomamos la conversación con Alicia. También suele pasar de vez en cuando otro concejal, los del centro de salud y unas chicas rumanas que están afincadas allí desde hace unos años. Una de ellas es una devoradora de literatura, aunque desde que dio a luz ha aflojado un poco en la afición, cosa lógica por otra parte.
Hoy también ha venido un nuevo médico a darse de alta como lector. Está cubriendo una plaza temporal, así que dentro de poco dejará de venir al bibliobús. Por casualidades de la vida ese doctor es mi vecino de habitación en el Hostal, ya le había visto en otras ocasiones y nos habíamos saludado en los estrechos pasillos, de esos que te tienes que poner de lado para cruzarte con alguien y, claro está, el saludo y el intercambio de cuatro palabras es inevitable. El “pero” de esta circunstancia es que este médico es ruso y no duda en decirlo inmediatamente para que no haya dudas ni especulaciones. Habla perfectamente el castellano, sin dejar de resultar llamativo ese marcado acento en “r” que recuerda los doblajes de las películas. El caso es que al comentar que somos vecinos de habitación ha comentado que en Forcall se duerme tranquilo y sin ruidos. Esa afirmación me extraña sobremanera porque yo suelo roncar mucho. --¡¡Ahhh!!--, dice, esta noche a las tres de la madrugada me he despertado y la habitación parecía que temblaba, acompañando sus palabras con un gesto con las manos y un “broooooo” batiendo labios. Ya me imaginaba, no lo podría haber descrito mejor. Sorry. Luego añade que no me preocupase por los ronquidos, que realmente no le molestaban. Un verdadero alivio para mí.

13:50 horas
. Ya nos han dejado solos y es hora de volver a recoger para marcharnos a comer. Durante años hemos parado en el mismo sitio, en el pueblo vecino que está en nuestra ruta G, la de mañana. Pero hoy no vamos a ir allí por un detalle que nos molestó: bien es sabido que cuando se adoptó el euro como moneda en nuestro país fueron muchos los inconvenientes que tuvimos que soportar los ciudadanos de a pie, sobre todo el redondeo. Recordamos que un menú normal rondaba las 800 o 900 pesetas en el año 2.002, y ahora a nadie extraña menús de 8 o 9 euros, que son 1.350 o 1.500 pesetas, pero lo peor es que nuestras dietas y manutenciones, las que percibimos como compensación, son del siglo pasado, literalmente hablando. El caso es que el dueño del restaurante al que solemos ir, un tipo muy agradable por otro lado, decidió subir 50 cts. el menú hace ya algún tiempo, para establecerlo en 9,50 euros. Justificó que al principio los clientes se quedaban un poco con la vista perdida, pero luego lo asimilaban bien ¿…?  El caso es que debe considerar que la crisis sólo le ha llegado a él y como contramedida ha vuelta a subir 50 cts. para redondearlo en 10 euros. Si bien lo miramos, no se trata de cantidades abusivas respecto a la competencia porque todos se han subido al mismo carro, pero consideramos una falta de respeto con la que está cayendo, así que nos vamos a otro sitio.

14:20 horas
. Llegamos a Forcall, al hostal, aquí se come también bien y todavía nos respetan el precio. He de matizar que en esta zona la calidad de los restaurantes es buena. El caso es que los diecinueve kilómetros hasta llegar aquí son bastante duros. Nuevamente pasamos un puerto de unos 1.200 metros para descender por una estrecha y sinuosa carretera hasta Cinctorres, pasando por La Creu del Xelat (cruz del helado), en la que una gran cruz rememora la muerte de un cartero que, en el desempeño de su oficio, murió en aquel lugar en medio de una tempestad de frío y nieve.

15:10 horas
. Damos cuenta de las manzanillas que culminan la comida y nos ponemos en pie para volver al bibliobús. Nada de alcohol en las comidas, ni siquiera para acompañar a un cigarrillo o el café, ni una cosa ni la otra. Lo del tabaco es una cosa que allá cada cual mientras no me molesten a mí, porque pienso que darse de bruces con el muro está a disposición de todos y cada uno se debe estrellar en él cuando más le convenga, así que no voy a ser ni pesado ni paternalista en este tema. Lo del alcohol es más lógico, puesto que si al cansancio de la carretera, a la letanía del ronroneo del motor, a los constantes cambios de presión atmosférica por la altura y al sopor de la comida le sumamos unos pocos grados de alcohol, el resultado no es lo más conveniente porque me imagino a mi compañero y a mí durmiendo a pierna suelta a la sombra de algún roble cercano, seamos serios. Suficiente es que sea yo quien descabece un sueñecito mientras mi compañero conduce ese tramo de más de una hora de duración hasta Vallibona pasando por Morella y luego otro puerto de 1.200 metros y una impresionante bajada de 10 kilómetros hasta el nivel de los 600. Y no es que mi egoísmo me lleve a no querer coger el volante en alguna ocasión, pero en esto mi compañero es como el padre de familia, es decir, aunque la madre y algún hijo tengan carné de conducir, el que maneja el burro es él. En su momento sugerí esa posibilidad, la de coger el volante si él estaba cansado, pero a la tercera negativa dejé de insistir. En el último trayecto casi siempre vemos alguna cabra montesa en el impresionante paraje de la Tinença de Benifassà, donde recuerdo una ocasión en la que casualmente nos encontramos con Jezulín de Ubrique que se lamentaba de no haber podido --pegá una perdigoná a una p*** cabra--, cuando en la segunda curva, tal como se sale del pueblo, había todo un rebaño pastando tranquilamente… cosas…

16:10 horas
. Entramos en la plaza de Vallibona donde encontramos a Jezulín aquella tarde. Aparcamos, conectamos y enseguida llega Ana a cambiar el material de lectura. Mientras atendemos a Ana llegan dos mujeres más que son lectoras temporeras, de aquellas que pasan el verano en el pueblo y cuando el frío aprieta emigran a zonas más cálidas. Yo que pudiera. Sin tiempo para un respiro llega Manolet, como le llama todo el mundo, y damos comienzo a la tertulia, que en este caso inicia mi compañero sacando el tema del senderismo del que Manolet es gran conocedor, sobre todo de la zona del Maestrazgo castellonense. Puede dar detalles de masos (masías), barrancos, pistas y todo tipo de datos que ni siquiera aparecen en los libros sobre el tema. Como podréis imaginar, el tiempo nos pasa volando.
Poco después llega Tere con sus revistas de decoración y sus libros, ah, y también con sus prisas porque al ser la regente del hotel del pueblo le sabe mal dejar solos a los cuatro abueletes que están dándole a la partida… ¿y si les da por pedirle la manzanilla justo cuando ella ha salido al bibliobús? Pues nada, Tere, no te hacemos esperar, sólo, cuéntanos cómo ha ido el tema de clientes en estos días pasados. Así que Tere, con una rápida explicación sin entrar en detalles nos pone al día, aunque con la expresión de la cara y las primeras palabras al comenzar con los escuetos detalles sería suficiente: --ah, bien, bien…--, o, --ufff, mal, muy mal--.
Llega Barranc (barranco), que no es lector pero siempre se acerca a la puerta del bibliobús para saludar. Antes incluso subía con nosotros, pero desde que le dijimos que en el bibliobús no se puede fumar limitó la visita a un saludo desde la calle. A Barranc lo tenemos inmortalizado en nuestro calendario de 2009 junto al bibliobús, porque es el pregonero oficial del pueblo. Para la fotografía se puso el traje de gala y con corneta en mano hizo lo propio, soplar, todo un detalle. Buena gente…

17:15 horas
. Ya hemos terminado el tiempo de estancia y hay que recoger. Todavía tenemos que subir nuevamente al nivel de los 1.200 metros y luego llegar a Forcall que está sobre los 700. En invierno se nos hace de noche subiendo la interminable cuesta que serpentea hasta lo más alto. Hay días, pocos, que ni siquiera bajamos hasta el pueblo porque la nieve de la carretera y la inminente helada al caer la tarde lo desaconsejan. Es un paisaje muy bonito, creo que el más bonito de todas las rutas que hacemos, incluso la gente del pueblo es agradable y acogedora, sin desmerecer para nada la de otros pueblos, que sin duda es de lo más agradecido del trabajo. En Vallibona nos dejó Margarita tiempo atrás. Esta mujer era un personaje peculiar que durante años nos proporcionaba la llave del consultorio médico, que está en la plaza, para poder conectar el cable eléctrico y también del teléfono. Recuerdo una vez, a finales de los 80, que hacía poco que me había casado y Margarita me preguntó que por qué no tenía hijos todavía, a lo que yo le contesté que sencillamente era porque no sabía hacerlos. Los detalles de la  explicación que me dio sobre como tenerlos no tiene desperdicio, a pesar de su sencillez, no en vano ella tuvo nueve.

18:30 horas
. Llegamos a la puerta del hostal con los oídos zumbando y como si nos hubieran dado una paliza, por eso le llamo etapa reina a la ruta de hoy. Aparcamos el bibliobús en la puerta y nuevamente a la habitación. Me despido de mi compañero hasta las nueve del día siguiente. Yo entro en la habitación, cierro la puerta y dejo los trastos sobre la mesa. Como hace buen tiempo y el día es todavía largo voy a salir a pasear por los alrededores. Con media hora es suficiente, pero si encuentro algo interesante puedo prolongarlo más. Sólo encuentro a un pastor que regresa con su rebaño de ovejas apurando el día. Normalmente lo veo de lejos, pero hoy he coincidido con él en un cruce de caminos y tengo oportunidad de conversar un poco. Minutos después seguimos cada uno por nuestro camino con nuestras respectivas cavilaciones. A pesar de la soledad el sitio me gusta. No me considero urbanita, todo lo contrario, así que encontrarme solo en medio del campo y los montes y ver animales salvajes de vez en cuando, me resulta agradable. Lástima que eso no lo pueda disfrutar la mayor parte de la temporada del trabajo, así que en esos momentos hay que conformarse con las cuatro paredes y el calor de la estufa.

19:30 horas
. Entro en la habitación para no salir ya hasta la mañana siguiente, ni siquiera para cenar puesto que al no haber gente alojada tampoco abren el restaurante por la noche. Eso no supone ningún contratiempo para mí, con un poco de fruta tengo suficiente. En otro tiempo no era así. Las tardes de los lunes y los martes siempre había alguien con quien jugar una partida de frontenis en el polideportivo cubierto que está a escasos doscientos metros del hostal o hacer una excursión o montar en bicicleta por inverosímiles caminos cuando llegaba la primavera. Ahora ya no hay partidas ni gente ni ganas, casi ni primavera. Pero lo que siento es que tampoco existan ya cenas que invariablemente celebrábamos cada martes, coincidiendo con la visita del bibliobús a la comarca, en la que nos dábamos cita todos los exiliados de la zona: maestros, farmacéuticos, veterinarios, médicos y ats, psicopedagogos, viajantes, curas, abonados del lugar y yo, en tiempos en los que ejercía de hombre orquesta en el bibliobús. Incluso, de vez en cuando hacíamos un sitio a alguien que llegado al hostal considerábamos que podía dar juego en nuestras cenas, aunque no les conociéramos de nada cualquier timidez se disolvía en el primer vaso de vino. Fueron varios años de cenas memorables que desde dentro lo pasamos estupendo y desde fuera dieron lugar a historias inverosímiles de las que poco a poco me voy enterando ahora, a toro pasado. Sin duda exageradas muchas de ellas, por no decir falsas, pero puesto que son parte de una leyenda en la que yo soy un actor y no me perjudica para nada, ¿para qué negarlo? 
Hoy estoy encerrado en el hostal con algo de trabajo relacionado con el bibliobús, a ver si esta vez va en serio lo de comprar una segunda unidad y crecemos. No estaría mal, llevo desde 1987 esperando que eso ocurra y me he quedado varias veces con la miel en los labios.

21:30 horas
. He terminado lo que tenía que hacer, ahora voy a llamar por teléfono a la familia que seguramente estarán cenando. En cuanto termine la conversación sacaré las dos manzanas que tengo para esta noche y me las comeré viendo una película en el ordenador, que no tienen anuncios publicitarios. Bien pensado, ahora que también cuento con la posibilidad de conectar con Internet desde la habitación, no estaría mal llevar a cabo una “video-cena”, más que nada por aquello de cenar en compañía, que todo el mundo sabe que de ese modo la comida sienta mejor. Descargaré el programa Skype y ya está. 

22:00 horas
. Estoy viendo El amor en los tiempos del cólera con Bardem como protagonista. No he leído la novela, pero he leído otras de García Márquez y creo que promete. Me coloco los cascos y me acomodo en la butaca del recibidor que meto en la habitación para soportar mejor las horas frente al ordenador. Años atrás ya la usé, la butaca, para machacar horas y horas de estudio hasta terminar la licenciatura, de algo sirvió el declive de las cenas de los martes. Ahora me he propuesto estudiar inglés con un programa de esos en los que hasta los más torpes puedes aprender ¿por qué no? Desde luego, por falta de tiempo no será.

24:00 horas
. Ha terminado la película y, sinceramente, me ha encantado, la recomiendo. Ahora a dormir, intentando que el médico ruso que duerme en la habitación de al lado no se despierte con mis ronquidos, pero es involuntario. Hace mucho rato que no le oigo, ni a él ni ningún otro ruido, ni coches, ni nada. Los de arriba ya deben estar durmiendo. Me pongo el pijama, me meto en la cama, programo el despertador y apago la luz. Confío que las preocupaciones no retrasen demasiado mi paseo de siete horas por el mundo de los sueños… ¿qué haría sin ellos?